viernes, septiembre 22, 2006

LA GUERRA ENTRE LAS SETAS Y LOS GUISANTES

Y continuando con el tema gastronómico hablaré de esta hermosa historia de amor entre 2 setas ( que no comíamos en Cuba) que quiso verse truncada por el Zar de los Guisantes (llamados por nosotros pitipuás)

«КАК ГРИБЫ С ГОРОХОМ ВОЕВАЛИ» (1977)

Este muñequito está basado en un cuento tradicional ruso ( para variar) en el que triunfan la modestia, el valor, la fidelidad y el amor. Como curiosidad su director Ivan Aksenchuk es el mismo de Tio Stiopa.

Era un lugar habitado por setas y guisantes. La hija del rey de la seta (una hermosa seta blanca de largas pestañas) amaba a otra seta (una marrón), que aunque apuesta y enamorada no era suficiente para él, que buscaba otras aptitudes para su hija heredera, así que decretó que la persona más digna del reino tendría su mano. Aparecieron 3 pretendientes: uno bonito, un elegante y un rico, cualidades obviamente valoradas en cualquier sociedad.

Por otro lado el Zar de los Guisantes exige al rey de las setas casarse con su hija, o en caso contrario emprendería la guerra contra su reino. Por supuesto rechaza la oferta, así que éste toma reprimendas contra todos los pretendientes, haciendo aflorar poco a poco en ellos los peores sentimientos del ser humano. Todas esas cualidades en principio valorables se convierten en negativas si sólo se cuenta con ellas y no con un valor más perdurable, por ejemplo el bonito casi se muere de vergüenza cuando le cortan el pelo.

LOS PRETENDIENTES:

La seta marrón, conducida por su incondicional amor y su valentía derrota a los guisantes en combate y el rey permite que se case con la princesa seta blanca, emitiendo juntos esporas que hacen crecer pequeños retoños de setas. Al final triunfa el amor, por encima de todas las cosas (aunque puedan ser aparentemente buenas) , y yo no sé ustedes pero al menos yo, me aprendí bien la lección.


Hay que reconocer que estos dibujos animados eran algo peculiares, no sólo porque sus formas tenían algo que ver con setas y guisantes sino también por la aparición de ciertos personajes muy extraños como el que aparece arriba con los ojos negros y la cara llena de pelos y verrugas.


Pueden ver este muñequito gracias a Omar pinchando en:
Parte 1ª
Parte 2ª

Las comidas en la Escuela

Los comentarios que han hecho en el blog estos últimos días han despertado en mí algunos recuerdos, y es por eso que me he animado a escribirlos aquí (a riesgo de que no interesen a nadie)

Siempre fui de las primeras en la cola del almuerzo. La tía Georgina (que aún sigue sentada en la puerta del comedor como pude comprobar en Octubre del año pasado) nos conocía bien a aquellos considerados “cuarto bate” que nos peleábamos por comernos las sobras del día. Así que no hacía ascos a ninguna de las comidas que nos ponían en el comedor, incluso bajo mi instinto de supervivencia intentaba sentarme con aquellas compañeras que sabía dejaban cada día algo de comida en su plato. A pesar de mis insaciables deseos de comer, reconozco que hay 3 comidas a las que no tenía muchas ganas: aquel pescado ( Jurel?) que tenía la piel gris oscura y que servían con arroz blanco era una comida tan mala y seca que sólo podía tragármela a fuerza de buches de agua, la natilla blanca de la que hablaban en los comentarios ( nunca fuí muy dulcera) y los revoltilllos en los que muy a menudo aparecían trozos de cáscara de huevo. Por lo demás cualquier cosa que cayera en las meriendas (torticas, panqué, gaseñiga ) era bien recibida, incluso diría esperada ya que media ahora antes nos pasábamos por el comedor a preguntar que nos tocaba esa tarde. Entre horas, para entretenernos teníamos algunas seños que venían por la escuela (servicio a domicilio) a vender turrón y cucuruchos de maní.

Con el cometido de seguir llenando mi estómago y acallar a mis Oxiuros, como yo, unos cuantos más hacíamos cada día varias “rutas gastronómicas” por el barrio. Había un carrito de granizado en la esquina cada día que con suerte tenía algún otro sabor distinto al anís, sabor que siempre odié. Me encantaban los piononos de la cafetería de 29 y F, y nos matábamos por las fritas y las croquetas “del cielo de la boca” de la otra de 25 y F, en la que también causaban furor los panes con pasta, que era muy ácida y causaba un picor en la lengua que hacía dudar de su procedencia. Incluso teníamos una amplia red de casas en el barrio a las que íbamos a comprar durofrío, chambelonas, raspaduras, melcochas y todo tipo de inventos comestibles. En la entrada del Hospital Infantil Pedro Borrás (que estaba enfrente de mi escuela Manuel Saumell) de vez en cuando vendían unas naranjas perfectamente peladas a base de manivela en un aparato extrañísimo que nunca más volví a ver. Allí también entrábamos a tomar agua fría del bebedero y a pedir chicles a algún que otro extranjero que pasaba por allí de urgencias.

Esto de estar cerca de un hospital infantil tenía sus ventajas, estábamos rodeados de toda una infraestructura al servicio de los niños, pues además de esa “amplia” variedad de productos alimenticios, teníamos un merolico que nos surtía de la última moda en complementos de plástico proveniente de cepillos de dientes, un estanquillo en la que nunca faltaban la Zunzún y la Tocororo, un vendedor de forros de libros, de los de 1 peso que eran de plástico transparente y tenían algún dibujo ( al estilo de Juan Padrón) y que además eran los mejores porque podías usarlos con tantas libretas como quisieras (de todas formas siempre me encantó forrar los libros y recuerdo que los sacábamos recién forrados en el aula para fijarnos cuál de todos era el más bonito)

Por si no fueran suficientes mis comilonas de entre semana, los sábados tras nuestra clase de Coro, mis amigas y yo íbamos religiosamente al Coppelia, no sin antes pasar por Vita Nova. Recuerdo perfectamente el menú: una pizza, un plato de espagueti y luego una ensalada de helado, con 3 bolas de chocolate y 2 de fresa. Y sin esperar la digestión jugábamos a deslizarnos por los muros en rampa de aquel modernísimo recinto. Cuando crecí un poco más y rondaba los 13 años, abrieron además la famosa casa del té de 23 y G, y nosotras como no nos quedábamos atrás también íbamos de vez en cuando a tomarnos un té con Hielo con la satisfacción de estar saboreando la última novedad y sintiéndonos como auténticas “adultas”. En mi primer año en Amadeo Roldán (un año antes de venir a España) la cosa se puso dura, la comida del comedor empezó a ser aún menos variada y más escasa y fuera de la escuela sólo había una cafetería en la que vendían pizzetas de aquellas se especulaba eran hechas de preservativos, pero esos ya eran otros tiempos, para la comida y para mi.

Hoy recordando mi niñez culinaria en mi horario escolar hago recuento y - aunque sigo teniendo “buena boca”- no me explico cómo podía comer tanto.

viernes, septiembre 15, 2006

OSTALGIE

OSTALGIE es un juego de palabras en alemán: 'Nostalgie' significa nostalgia y 'Ost', es la palabra con la que se designa al este, o sea, la parte de Berlin perteneciente antes de la reunificación a la RDA (República Democrática Alemana, DDR para los alemanes).


PUESTO DE VENDEDOR EN CHECKPOINT CHARLIE

He estado de visita por Alemania durante la semana pasada y aunque ya tenía conocimiento de este fenómeno no pensé que sería tan importante como para que existiera un museo de la RDA (http://www.ddr-museum.de/ ), diversas tiendas con recuerdos de la vida cotidiana ( en una de ellas estuve a punto de comprar una camiseta de Bolek y Lolek) y puestos callejeros en los que se venden desde medallas, gorras, matriuskas, relojes rusos y cualquier otra cosa perteneciente a aquellos años en los que el comunismo aún no se consideraba utopía.



TIENDA DE OBJETOS RUSOS EN EL METRO ALEXANDER PLATZ

Luego me enteré que estas tiendas especializadas en este tipo de productos están surgiendo por toda Alemania y que los pepinillos Spreewald Gurken y la pasta dental Perlodont se han convertido en objetos de culto (es como si de repente los cubanos nos volviéramos locos por la compota de manzana que vendían en los mercaditos “por la libre” y la pasta de dientes cristal). Los autos Trabant que eran tan cotidianos (como para nosotros los ladas y moskovich) se consideran todo un clásico, llegando a costar hasta 20.000 euros en buen estado, además vuelven a circular por Berlín e incluso se alquilan a los turistas para hacer recorridos por la ciudad ( Trabi safari http://www.trabi-safari.de/). Incluso uno de los princip
ales televisores construidos por Hitachi de aquellos años se considera una auténtica reliquia muy valorada entre los seguidores de la moda “ostalgie” (imagínense la situación en nuestro caso matándonos por un televisor marca Caribe).


TURISTAS EN UN TRABANT FRENTE A TIERGARDEN

Pero sin duda el protagonista y quizá símbolo de todo este fenómeno es el AmpelMan (http://www.ampelman.com/, hombre del semáforo de la antigua RDA) que ha sido reproducido en camisetas, bolsos y todo tipo de objetos convirtiéndose en el souvenir más solicitado por los turistas que visitan Berlín. Todavía la existencia de estos semáforos nos indican en que parte de la antigua ciudad dividida nos encontramos.



TIENDA DE AMPELMAN EN HACKECHER HOF

En el caso de los Alemanes tal vez pensaron que la reunificación tras la caída del muro en 1989 traería prosperidad e igualdad económica, esperanza que nunca llegó a materializarse y que ha desembocado en el desencanto para muchos alemanes orientales (también llamados ossies )

Películas como Goodbye Lenin! describen este fenómeno a la perfección: cuenta la historia de una mujer de Alemania Oriental que despierta de un coma después de la reunificación y su hijo se las agencia para hacerle creer que aún vive en la antigua RDA. Nadie pensó que la película llegara a recaudar 30 millones de dólares en todo el mundo pero estoy segura que impulsó a muchos a unirse a este fenómeno.

Es una auténtica locura que más allá de los intereses comerciales que han podido surgir a partir de este fenómeno demuestra la existencia de un gran grupo de personas que manifiestan una auténtica nostalgia de un pasado, no como un deseo de volver a las difíciles condiciones ni a un determinado sistema político, sino el deseo de regresar a una época donde uno todavía tenía esperanzas y sueños de un mundo muy distinto al de hoy, teñido por la desilusión.

Pero esto no se diferencia mucho de lo que experimentamos con este blog recordando a los muñequitos rusos o todo aquello nos hizo tan felices en nuestra niñez. Al final todos sufrimos o disfrutamos la nostalgia y en el caso del sistema comunista nuestros recuerdos son más comunes ( valga la redundancia )… convivimos con lo mismo : el mismo televisor, la misma pasta de dientes, las mismas colonias, las mismas compotas de manzana, el mismo uniforme, los mismos carros, los mismos juguetes y hasta los mismos espejuelos (aún recuerdo que los espejuelos míos ( 13 años) y de mi madre (40 años) eran idénticos pero de distinto color). Al final coincidimos más que la mayoría en nuestros recuerdos, quizá hoy no tanto en nuestros ideales políticos, pero ¿ y eso que importa ?.